Además de sus características climáticas, cada estación del año tiene sus implicancias espirituales. Mientras que el otoño es propicio para la depuración, con el invierno llega la hora de mirar hacia adentro, de recuperar la calma y prepararnos para el renacer de la primavera.
Hace algunas semanas vivimos el solsticio de invierno que nos metió de lleno en esta nueva etapa del año donde poco a poco los días van haciéndose más largos hasta llegar al verano.
Cada estación del año tiene su significado desde lo espiritual y si el otoño nos invitó al desapego y la depuración, quitando (soltando) de nuestra vida actitudes, ideas, comportamientos y personas que no nos dejan ser felices, el invierno se presenta como el momento de la quietud y de la introspección.
En invierno la naturaleza duerme, reposa, para juntar fuerzas para su “explosión” primaveral. Con nosotros pasa lo mismo. El frío, la oscuridad y las inclemencias del tiempo nos invitan a quedarnos más adentro y ese adentro no es solo de nuestra casa, también dentro de nosotros mismos. Esta es la época del silencio, de mirar a nuestro interior para conectarnos con nosotros mismos.
El invierno es tiempo de resguardo y familia, de meditar y reflexionar sobre nuestra vida. En el hemisferio norte coincide con el fin del año y la época “típica” de los balances. Pero para nosotros que estamos en el sur, también puede ser momento de balances y planteo de nuevas metas.
Es el tiempo ideal para analizar nuestros errores y aprender de ellos, agradecer por nuestros logros y plantearnos objetivos.
Por estos motivos es que muchas culturas celebran la llegada de casa solsticio, porque son nuevas etapas, nuevos comienzos.
Cada estación del año nos trae un significado particular para nuestro ser y son los momentos propicios para conectarnos con nuestros propósitos. Muchas veces el correr de los días nos hace olvidarnos de ellos, pero seguir el ritmo de las cuatro estaciones nos puede ayudar a mantenerlos presentes en nuestra vida.
Un ejercicio para mirar a nuestro interior
Compartimos un pequeño ritual que nos puede ayudar a reflexionar y autoanalizarnos. Dedicá una hora solo para vos. En lo posible realizá este ejercicio en un lugar oscuro y con los ojos cerrados. Apagá el celular y evitá distracciones, sentate en un lugar cómodo y comenzá:
- Pensá en tu pasado: ¿qué de lo sucedido afecta a tu presente? Dejá ir el dolor, perdoná (a los demás y vos mismo), agradecé lo bueno.
- Pensá en tu futuro: pregúntate quién querés ser, hacia dónde querés ir, qué querés lograr en el corto y largo plazo. También pensá qué tenés que hacer para lograrlo y qué cambios debés llevar a cabo.
- Pensá en tu presente: qué te gusta, qué te molesta. Pensá en vos mismo, en cómo sos, cómo te tratás, cuánto te aceptás y te querés. También reconocé las personas valiosas que forman parte de tu vida y agradece por ellas.
Después de esto tomate unos minutos para seguir el ritmo de tu respiración y abrí los ojos agradeciendo por este momento que te regalaste.