La música acompaña a la humanidad desde hace miles de años. Hasta es posible que haya surgido antes que el lenguaje. Pero esta combinación rítmica de sonidos no es solo un entretenimiento. La música pone en acción casi todas las regiones de nuestro cerebro y puede servirnos para mejorar nuestra salud tanto física como mental.
Cuando escuchamos música se ponen en marcha complejos mecanismos en nuestro cerebro que inducen cambios fisiológicos y neuronales. Los seres humanos (y también los animales) utilizamos la música como un medio para comunicarnos. Pero el gran poder de estos sonidos reside en su estrecha relación con las emociones y los estados de ánimo.
Se sabe que en el cerebro el procesamiento de la música es independiente del correspondiente al sistema del habla. Eso hace que uno pueda permanecer intacto cuando el otro se vea seriamente afectado por enfermedades u otras causas.
Incluso existen estudios que muestran cómo cambia la composición del cerebro en personas entrenadas musicalmente.
Sonidos que curan
La música en general, y especialmente la clásica, tiene efectos beneficiosos sobre algunas patologías como la hipertensión arterial, el infarto de miocardio, la ansiedad, la demencia, el insomnio y el estrés.
Como la principal respuesta que despierta la música es emocional, exponernos a ella provocará en nosotros cambios fisiológicos al igual que cualquier otra emoción.
Se han evidenciado también mejoras en problemas de sueño, en la epilepsia (utilizando especialmente una pieza de Mozart, la K.488) e incluso algunos adjudican efectos positivos en la mejoría de las funciones intelectuales. Sin embargo, los estudios sobre esto último aún no han obtenido evidencias sólidas.
Pero uno de los beneficios más sorprendentes de la música se da en pacientes con enfermedades neurodegenerativas. Se pueden ver múltiples casos en que personas que padecen Alzheimer u otras patologías similares no reconocen a su entorno cercano pero pueden recordar melodías de obras que aprendieron o escucharon hace mucho tiempo.
Algunos estudios demostraron que escuchar música clásica mejora la actividad de los genes implicados en la secreción y transporte de dopamina, la neurotransmisión sináptica, el aprendizaje y la memoria, y baja la expresión de genes que median la neurodegeneración, tanto en personas entrenadas musicalmente como en otras completamente inexpertas en el tema. En este caso se reconoce a la música un papel neuroprotector.
Más allá de lo relacionado con la medicina y el cerebro, sin dudas todos estos efectos tienen que ver con las emociones que la música despierta en nosotros, que nos ayudan a “conectarnos” con aquello que nos hace bien.
“La música da vida y alegría a todas las cosas”, decía Platón. Así que, ¡llenemos de música nuestros días!