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Alimentación emocional

Los seres humanos nos alimentamos no sólo por una necesidad fisiológica, sino también por placer. A todos nos hace bien darnos ciertos “gustitos” en cuanto a la comida, pero ¿qué sucede cuándo nuestra forma de comer responde a emociones negativas que nos afectan?

La alimentación emocional se da cuando comemos en respuesta a algún evento o estado de ánimo, que por lo general suele ser negativo.

Ante una situación de estrés, preocupación o ansiedad la comida nos tranquiliza. En muchos casos la conducta que desencadenan estos estados de ánimo deriva en una falta de control de lo que se come, llevando a excesos y desequilibrios.

Estos impulsos no nacen de una necesidad fisiológica si no de una necesidad emocional que se gestiona a través de la comida.

Todos podemos vivir situaciones como estas en algún momento, pero el problema se da cuando esto sucede con mucha frecuencia.

La relación entre alimentación y emociones es compleja y los desequilibrios en este vínculo muchas veces derivan en un círculo vicioso. Las emociones desencadenan malas conductas alimentarias y, a la inversa, una mala dieta genera cambios emocionales.

Nuestro intestino es considerado como nuestro segundo cerebro es por ello que lo que comemos puede condicionar el estado anímico y emocional. En este órgano existen muchas terminales nerviosas que envían información al cerebro y las alteraciones que éste sufra puede impactar en nuestras emociones.

Una alimentación saludable nos ayuda a sentirnos bien. Ingerir alimentos ricos en micronutrientes, con buena cantidad de fibra soluble, probióticos y agua, nos ayudará a mantener equilibrados nuestros estados de ánimo. Por el contrario, una mala alimentación puede producirnos depresión o alterar nuestra condición emocional.

Entre comida y emociones existe esta relación de doble vía donde una afecta a las otras y a la inversa.

 

Consecuencias

Se comprobó que cuando comemos para calmar nuestras emociones tendemos a elegir más alimentos grasos y ultraprocesados. Esto tiene un claro impacto negativo en nuestra salud. Además de las enfermedades que causa en nuestro organismo,  una alimentación rica en grasas descontrola nuestro reloj biológico, impidiendo la conciliación de un sueño adecuado. Esto genera estrés y malestar emocional lo cual termina de cerrar el círculo vicioso.

Si la conducta de comer según nuestras emociones se repite, daremos a nuestro cuerpo un exceso de calorías que puede desencadenar a largo plazo en obesidad.

Este comportamiento no nos beneficia porque no soluciona las emociones negativas que intenta controlar, si no que las tapa. Al hacerlo, no podemos conectar con la culpa, el miedo o la ansiedad y descubrir qué los está causando.

Sin embargo, tan bueno como evitar estas conductas es, de vez en cuando, permitirnos comer por placer, disfrutando del sabor y las emociones que esa comida nos despierte.

 

Como identificar el hambre emocional

Cuando nuestras ganas de comer responden a factores emocionales, se trata de una sensación que aparece de repente. El hambre real va dándose de manera progresiva.

Cuando este impulso automático genera necesidad de alimentos ultraprocesados o de alto valor calórico, también tenemos un llamado de atención.

Otra forma de identificar que estamos ante un momento de alimentación emocional es que solemos perder el control y nos cuesta encontrar sensación de saciedad. No podemos parar.

Esta situación suele terminar con un sentimiento de culpa y de insatisfacción con nosotros mismos.

 

Cómo gestionar estos momentos

Para resolver estos episodios es necesario abordarlos desde dos frentes: gestionar el momento en sí (es decir, el hambre emocional) y resolver las emociones que lo desencadenan.

Lo primero que debemos hacer consciente es que, aunque la comida brinda placer y es un desestresante,  no soluciona nuestros problemas y sólo calma la ansiedad temporalmente.

Sabiendo esto, es importante distinguir entre hambre real o fisiológico y hambre psicológico. Cuando estamos buscando comida debemos preguntarnos si realmente tenemos hambre, ver cuánto hace que comimos por última vez y cómo me siento.

Si comimos una buena cantidad de alimentos hace poco tiempo y no buscamos cualquier comida sino un dulce, un chocolate o algo similar debemos revisar  nuestras emociones. Es probable que más que hambre tengamos aburrimiento, cansancio, enojo o tristeza.

En los momentos en que surgen estas ganas repentinas de comer lo ideal es recurrir a otras actividades placenteras que nos permitan relajarnos y no impliquen el consumo de alimentos. Algunas sugerencias son leer, escuchar música, caminar o hablar con un amigo.

También es bueno que nuestra casa sea un ambiente seguro, es decir, que tengamos disponibles comestibles de buena calidad y no aquellos que son calóricos y poco saludables.

Es bueno también organizar nuestro plan de comidas y no dejar lugar a la improvisación.

Todos estos consejos son buenos para evitar caer en momentos de excesos, sin embargo, lo más importante siempre es atacar la raíz del problema.  Mantener nuestras emociones en equilibrio nos ayudará a reducir la alimentación emocional. Para ello debemos alejar el estrés, llevar una alimentación saludable, realizar actividad física con regularidad, descansar bien y tener apoyo emocional o la posibilidad de externalizar nuestras emociones.