La pandemia del Covid-19 obligó a un remapeo general. Los estados revisaron sus prioridades, al igual que las empresas y las familias. Cómo impactó en los programas de Responsabilidad Social Empresaria y qué debería cambiar hacia adelante.
Cuando a principios de año el mundo recibía las noticias de una epidemia de gripe nueva, pero muy contagiosa y dañina en China muy pocos se alertaron. Y los planes de todos siguieron con normalidad. La llegada del virus a Europa comenzó a cambiarnos la percepción. Nuestro vínculo cultural, social, histórico y hasta genealógico con países como Italia, España o Francia alcanzaron para modificar nuestra percepción. Hoy, a poco más de 6 meses de las primeras noticias aún nos cuesta despegar nuestra imagen del futuro cercano sin tener en cuenta qué pasará con el virus del Covid-19. La empatía fue la clave de la “conversión” que experimentamos en relación a la pandemia. La falta de empatía primero, por considerar que era un virus lejano y sin conexión entre la cultura oriental y la nuestra; y una empatía concreta y real, al ver que el virus comenzaba a expandirse a países y sociedades con las que podíamos identificarnos. El tándem egoísmo-empatía fue corriéndose conforme avanzaba la pandemia y nos ayudó a repensar la forma en que nos vinculamos con el entorno y a poner en cuestionamiento muchas de nuestras prácticas y acciones.
En ese marco, hace muchas décadas que las prácticas de Responsabilidad Social y de Responsabilidad Social Empresaria están intentando hacerse un lugar en la discusión pública y privada por generar una agenda relevante y concreta para alcanzar acciones y cambios reales. El objetivo: comprometer genuinamente a las organizaciones y empresas a generar cambios positivos en el entorno en el que operan y con los stakeholders que trabajan.
¿Qué se está debatiendo sobre esto? Los investigadores Philip Muller y Joan Fontrodona de la Escuela de Negocios de la Universidad de Navarra publicaron un trabajo donde analizan cómo están respondiendo las empresas y organizaciones que buscan ser socialmente responsables en este contexto de pandemia global. Allí señalan que siempre es posible mantener la integridad de la propia empresa, incluso en los entornos más complejos. Y que esta integridad resulta de la coherencia entre aquello que se piensa (pensamiento), aquello que se dice (palabra) y aquello que se hace (acción). “Para evitar el riesgo de la inconsistencia y asegurar la propia integridad en un momento en donde la viabilidad del negocio será uno de los objetivos principales proponemos tres actitudes o criterios de acción que nacen de la responsabilidad social: la “reflexión” en el pensamiento, la “transparencia” en la palabra y la “creatividad” en la acción”, dicen.
En ese trabajo hay conceptos muy interesantes para reflexionar. Por caso, que hay tres grandes motivos que explican por qué las empresas socialmente responsables deben comportarse con integridad en momentos así: primero, porque cualquier “apagón ético” en estas circunstancias conllevará un coste en el corto, medio y largo plazo; segundo, por pura coherencia interna con los principios y compromisos libremente adquiridos, traducidos en gran medida en atender las necesidades de todos los stakeholders; tercero, y sobre todo, porque un contexto de crisis como el presente también representa una oportunidad para el cambio. “La responsabilidad social no supone un obstáculo para la resiliencia empresarial. Al contrario, puede ayudar a definirla y dirigirla. De la misma forma, cabe suponer que la resiliencia que se espera de las empresas ofrecerá nuevas coordenadas a la responsabilidad social corporativa. Es posible, por ejemplo, que uno de los efectos más notables del virus sea un cambio de cultura empresarial, una transición que ponga la competitividad en un segundo plano y, en su lugar, favorezca la cooperación. Así como muchas voces reclamaron solidaridad en todos los niveles frente a la crisis sanitaria, las empresas también pueden procurarse las ventajas de una cooperación más estrecha con que hacer frente a los efectos de la crisis económica”, proponen los investigadores.
En nuestro país la realidad es que lejos de contar con los recursos que antes tenían, muchas organizaciones del tercer sector o espacios que buscan promover las acciones de responsabilidad social se vieron con fuertes restricciones. “Siempre buscamos tener más recursos para estudiar más, investigar más, tener más gente aplicada. Pero la falta de apoyo que estamos viendo es parte de un emergente de la crisis. Probablemente no se esté teniendo en cuenta el valor de la institucionalidad. El hecho de reducir actividades al mínimo en algunas cosas puede hacer que muchas organizaciones vinculadas al RSE se vean seriamente afectadas”, señala Luis Ulla, presidente del Instituto Argentino de Responsabilidad Social Empresaria (IARSE).
Lo mismo está pasando con otras organizaciones sociales, lo que genera la pregunta sobre si alguien está evaluando el costo de perder o desatender a las organizaciones que trabajan con el capital social. Todas esas organizaciones que “navegan” en un océano que capta apoyo del sector empresarial tienen complicada su existencia. A diferencia de la crisis de 2001, cuando muchas de esas organizaciones recibían apoyo de entidades de Europa eso hoy no está. El sector social tiene, en ese sentido, una red de asistencia mucho más débil porque los países que ayudaban hoy están acomodando su casa y redefiniendo sus prioridades.
¿Cómo se está reconfigurando la responsabilidad social?
Según Ulla, no hay reacciones homogéneas y las acciones dependen de los distintos sectores en los que operan las empresas. Así, en muchos casos, empresas de sectores muy afectados como el turismo o el transporte han tenido que concretar recortes totales porque su situación no les permite operar.
Otros han seguido y profundizado sus políticas de RS y de sustentabilidad, siguieron con las capacitaciones, alineando a la cadena de proveedores en estos temas y han consolidado sus áreas. Y otras han tenido un exceso de prudencia recortando presupuestos importantes para áreas sensibles.
También es cierto que en términos macro muchas empresas empezaron a trabajar para atender la emergencia alimentaria y se unieron en campañas aplicando donaciones importantes. “Esto demostró dos cosas, lo bueno es la flexibilidad con que se puede actuar frente a una emergencia, lo malo es que dejaron de hacer lo que estaban haciendo. Cuando nosotros hablamos de la RS hablamos de la inversión social privada, canalizar fondos privados para atender el bien público. Y lo que pasó es que muchas firmas que tenían programas bien desarrollados y coherentes en términos de invertir en educación o niñez, de golpe desatendieron estas inversiones sociales y salieron a atender la emergencia. Es una moneda de dos caras, la posibilidad de hacerse solidario en la emergencia, pero por el otro lado, sostener una actividad como esa es peligroso en el sentido de que se invierte en los márgenes del cuaderno, se trabaja en situaciones de emergencia sin sinergia con las actividades propia”, analiza Ulla.
El desafío a mediano plazo tiene que ver, justamente con eso, tratar de saltar “la trampa del corto plazo”. “Por eso es importante practicar solidaridad junto con ciudadanía. La solidaridad te pone cerca de aquel que precisa, y la ciudadanía es la que te lleva a preguntarte porque le falta a alguien lo que le está faltando. ¿Por qué no hay barbijos en los hospitales? Mientras nos
hacemos la pregunta, llevemos los barbijos, pero como ciudadanos tenemos que hacernos esa pregunta, ¿qué es lo que pasa que el dinero que pagamos con impuestos no llega? Es un tema
de fondo que muchas veces no se plantea”.
RSE revalorizado
¿Qué quedará cuando el Covid-19 se haya ido? ¿Puede suponer una revalorización de buenas prácticas de RSE? Para los referentes esta es la oportunidad inédita de resetear los programas de RSE. “Un economista afirmaba que después de todo esto, las empresas que van a quedar en pie son las que cuidaron su marca en relación a aspectos como la responsabilidad social y que lograron aprender rápido cuáles eran las cosas valiosas y las han adoptado realmente y las han comunicado claramente.
Sin dudas que desde la perspectiva del consumidor no va a ser lo mismo, dentro de un escenario de consumo reducido, comprarle a una empresa que se percibe como descomprometida que a otra que valora realmente porque hizo lo correcto en el momento que era más esperada esa conducta”, completa Ulla.
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La Responsabilidad Social en el Estado
Un aspecto importante que plantean desde el IARSE es que el Estado también tiene que revisar su cuota de responsabilidad en un contexto que se le pide mucho esfuerzo al sector privado y a la sociedad. “Al Estado hay que pedirle que administre mejor los recursos para que haya una relación a una coherencia con el esfuerzo y las cuotas de responsabilidad que está demostrando la gente. Hay un dilema ahí muy fuerte. El Estado interviene mal y caro, la compra de alimentos y otros insumos demostró las dificultades que tiene para concretar algunas acciones. El principal tema de responsabilidad social del Estado es la transparencia y a partir de ahí la eficiencia. Así como decimos que la mejor manera de definir la responsabilidad social de una empresa es cómo gana el dinero, en el Estado es cómo administra el dinero. Cuando hablamos de responsabilidad social en época de crisis y nos contraemos a lo esencial, las empresas tienen que poder mostrar cómo ganan el dinero, cómo tratan a su gente, cómo cuidan al cliente y a la naturaleza. El Estado debiera tener la misma revisión de cuentas”, señala Ulla.