Revista Vertice

Portada » Pensamiento catedral

En un mundo donde muchas acciones se realizan pensando en nuestros propios intereses y en el corto plazo, una corriente intenta rescatar el espíritu que guio a muchas personas en el pasado y que los llevaba a pensar en el largo plazo. La idea central de esta manera de actuar es preguntarnos cómo lo que hacemos impactará en las futuras generaciones. ¿Qué tipo de antepasados seremos?

 

Los especialistas definen el pensamiento catedral como “la capacidad de concebir y planificar proyectos con un horizonte temporal amplio, de varios años, incluso décadas o siglos”. Se trata de un proceder basado en una visión a muy largo plazo, incluso a épocas que ya no veremos. El principal planteo de esta corriente es analizar si las acciones que realizamos hoy pueden perjudicar a las futuras generaciones.

Esto no tiene que ver con que los actos que realizamos en la actualidad sean correctos o no desde el punto de vista moral, sino que lo que se considera son las huellas que nuestro proceder dejará en el mundo. ¿Qué rastro queremos dejar? ¿Qué mundo queremos darle a nuestros hijos, nietos y su descendencia? ¿Cómo recordarán a nuestra generación?

“Sabemos que nuestras acciones están teniendo consecuencias en todas las generaciones futuras.

Se trata de pensar a largo plazo, de – en cierto modo- ser un buen antepasado”, plantea el filósofo australiano Roman Krznaric, autor del libro The Good Ancestor (El buen antepasado).

El intelectual afirma que el pensamiento catedral es una habilidad que podemos desarrollar, tanto las personas en su calidad de individuos como las empresas o los gobiernos. “Considero que hay un problema terrible con la democracia y es que no les damos derechos o una voz representativa a las generaciones futuras”, sentencia. Krznaric es contundente acerca de nuestra actual forma de comportarnos: “Tratamos el futuro como un puesto de avanzada colonial lejano donde podemos lanzar deshechos libremente (y causar) daño ecológico y riesgo tecnológico como si no hubiera nadie allí”.

Lo cierto es que en el futuro sí habrá “alguien allí” y serán nuestros hijos y nietos y sus hijos y nietos y es allí donde hay que plantearse el interrogante sobre cómo nos van a juzgar, cómo nos mirarán por lo que hicimos o no hicimos cuando tuvimos la oportunidad.

Pensando en esto es que el filósofo propone convertirnos en pensadores de catedrales y empezar a planificar a largo plazo.

“Debemos ser buenos antepasados, no podemos simplemente responder al presente”, invita Krznaric.

 

¿Por qué catedral?

El nombre de este concepto se basa en la idea de las catedrales medievales. Los arquitectos que las proyectaban lo hacían sabiendo que no verían su obra terminada porque la construcción de estos edificios llevaba muchos años y hasta siglos. Pero las hacían igual, proyectadas para durar, porque querían que las generaciones futuras disfrutaran de ellas.

Sin este tipo de pensamiento no hubieran sido posibles otras construcciones emblemáticas como la Gran Muralla China o el Machu Picchu.

Los seres humanos hemos sido muy buenos en pensar a largo plazo pero en el último siglo nos fuimos volcando más hacia la inmediatez, el corto plazo y el individualismo con las consecuencias que vemos hoy en el planeta y la sociedad.

 

Movimientos mundiales

Pese a nuestra tendencia actual, afortunadamente existen en el mundo algunos movimientos que trabajan pensando en las generaciones venideras.

Un ejemplo de ello es lo que en Japón que se llama «diseño futuro». Este concepto se basa en una idea que practican comunidades aborígenes estadounidenses. Cuando se deben tomar decisiones en una localidad se considera el impacto que cada opción tendrá sobre las siguientes siete generaciones. Las medidas se toman convocando a los habitantes del lugar y haciéndolos pensar desde dos perspectivas: un grupo lo analiza como residentes del presente y la otra mitad, como los habitantes que vivirán allí a partir del año 2060.

A partir de eso se elaboran planes. Los resultados demuestran que los residentes que se imaginan a partir del 2060 conciben propuestas mucho más radicales y trasformadores para sus ciudades.

Los especialistas indican que la necesidad de pensar a largo plazo está muy relacionada con la pandemia que estamos atravesando, además de otros temas importantes como el cambio climático o la pérdida de biodiversidad.

La clave será preguntarnos: ¿cómo las acciones que hago hoy van a influir en las personas de dentro de varios años? En definitiva, ¿qué mundo queremos dejarles a los que vienen?

Para seguir leyendo...